La cuarta conferencia mundial organizada por Women Deliver que se está celebrando estos días en Copenhague está sirviendo a ONG, empresas, investigadores, donantes, activistas e instituciones para tratar todo tipo de aspectos relacionados con la mujer.
La mayoría de los asuntos que en ella se tratan versan sobre esa agenda inacabada de las mujeres, esos escollos que, especialmente en los países en desarrollo, impiden a la mitad de la población mundial desarrollar su máximo potencial y vivir en condiciones de igualdad. Muchos son temas que no suelen estar presentes en los debates mediáticos, económicos o políticos del día a día, pero que sí son conocidos habituales en este tipo de eventos sobre desarrollo.
Sin embargo, otros de los temas que se abordan estos días en la capital del país que en 2016 fue elegido como el mejor lugar del mundo para ser mujer, son asuntos olvidados entre los olvidados. Y si hay un tema que siempre se deja de lado en salud, es la salud mental. Y si concretamente se habla de la salud mental de las mujeres, todavía más. Pero si aún añadiéramos la salud mental de las mujeres pobres, el desconocimiento es mayúsculo.
No hay datos
No obstante, algunas conclusiones han podido sacarse en la conferencia sobre cómo afectan los problemas mentales de las embarazadas, como la depresión y la ansiedad, a sus futuros hijos. La primera y principal es que, en realidad, no se sabe prácticamente nada: no hay datos, no hay registros, y cuando los hay son incompletos. Y por todos es sabido que lo que no se cuenta no se ve.
Según las estimaciones de las que disponemos, el 10% de las mujeres embarazadas sufre problemas de depresión o ansiedad. La cifra se eleva al 13% entre las que ya han dado a luz. En los países en desarrollo, las tasas son algo más altas: 15% para las embarazadas y 20% para las que ya son mamás.
El número de muertes maternas causadas por depresión -que las hay- tampoco está muy claro. Y esto es, en parte, porque según las estadísticas oficiales, una mujer ‘sólo’ muere por causas relacionadas por su embarazo cuando lo hace 42 días después de haber dado a luz. Pero la salud mental maneja otros tiempos, y por eso la cifra de suicidios es, según el Centro Británico para los asuntos maternos e infantiles, de 0,57 mujeres por cada 100.000 partos si nos ceñimos al período oficial, pero de 1,27 mujeres si se aumenta el intervalo hasta los seis meses después del parto.
Una vez más, si nos fijamos en los países en desarrollo, los datos cambian: un estudio realizado en Haryana, India, en el año 1992, hablaba de un 20% de muertes maternas por suicidio o quemaduras accidentales. En Vietnam, autopista verbales en siete provincias del país encontraron que el 8% -en algunas zonas el 16%- de estos fallecimientos eran suicidios. En Nepal, el Ministerio de Sanidad observó durante una década la mortalidad materna en el país, y aunque hubo una importante reducción pasados esos 10 años, el suicidio era, con un 16%, una de las principales causas de muerte.
Factores de riesgo
Lo que sí parece estar bastante claro son los factores de riesgo que pueden llevar a las embarazadas a una situación límite. Un estatus económico bajo, donde la madre ha pasado hambre en los meses previos al embarazo, o donde no puede pagarse los servicios esenciales para seguir su gestación, es uno de los más comunes, pero también destacan la violencia familiar, la calidad de la relación con la pareja o el hecho de que el embarazo fuera no deseado. Las mujeres que viven en países donde hay una preferencia social por los hijos varones, las que han tenido abortos previos o las que tienen un bebé prematuro, también son más propensas a desarrollar estas complicaciones.
Las consecuencias de estos problemas son muy variadas, y con frecuencia pasan desapercibidas. No es infrecuente, según explicaba la doctora Jane Fisher, profesora de salud mental en la Universidad de Monash (Australia), confundir los síntomas de una depresión con los de una anemia. En ambos casos, la mujer está cansada, a veces ausente, y no tiene fuerzas para llevar con normalidad su día a día. Además, la gestante que tiene problemas mentales es menos propensa a seguir las indicaciones de salud durante el embarazo, como las de tomar suplementos de yodo o ácido fólico.
Las consecuencias para el bebé tampoco son desdeñables. Ciertos patrones comunes de la depresión (como los niveles constantes de estrés, o los problemas alimenticios o del sueño) incrementan las posibilidades de que el feto nazca antes de tiempo, y por tanto, con bajo peso. Y si nos centramos en la nutrición, el dato es apabullante: el bebé de una madre deprimida en un país pobre tiene un riesgo dos veces mayor de padecer un retraso en el crecimiento, según explicaba Thach Tran, investigador de este campo en la Universidad de Monash. En Etiopía, un estudio demostró que la depresión durante el embarazo incrementa 2,2 veces el riesgo de diarrea infantil, una de las mayores causas de muerte -por simple que parezca- de los menores de cinco años en todo el mundo.
El papel de los hombres
Tran también aportó la perspectiva paterna a todo este asunto, ya que, sin duda, el papel de los hombres es crucial en el proceso de tener un hijo, y el modo en el que el varón acepte o no el embarazo influye de forma decisiva en el bienestar y la salud de su pareja.
Así, si el hombre no deseaba ese hijo, o si se considera demasiado joven para ser padre, si siente que no tiene suficiente información sobre el embarazo o sobre cómo cuidar al bebé, si el feto no es del sexo deseado, o si el recién nacido llora constantemente, el hombre también puede desarrollar problemas mentales. Estos podrían desembocar en alcoholismo o violencia contra la mujer, lo que a su vez incrementará los problemas de la madre, que también repercutirán en el bebé, creando un complicado círculo vicioso para toda la familia.
Factores protectores
El panorama, en fin, no es sencillo. Sin embargo, hay factores protectores que pueden prevenir estas situaciones o ayudar a salir de ellas, aunque tampoco es que estos sean muy novedosos. Son, de hecho, el ‘a b y c’ de lo que comúnmente se conoce como las claves del empoderamiento femenino: la educación, la independencia económica, el acceso a los servicios de salud y una relación de pareja y una vida sexual sana.
«Cuando una mujer tiene un problema de estas características durante el embarazo, lo primero que hay que hacer es intentar identificar cuál es el principal factor por el que ha desarrollado esos problemas, para ver si se puede actuar sobre él», explica a EL MUNDO Tran. Además, «habría que darle habilidades y formación a la madre para que pudiera manejarlo, en la medida de lo posible, ella misma». Y en los casos en los que ésta no pueda hacerse cargo del niño, «es muy importante el soporte familiar, especialmente de los padres», apuntaba Tran, que insistía en la necesidad de seguir investigando este tema para poder conocer su dimensión real.
Quizás los 80 millones de dólares anunciados por Melinda Gates en Women Deliver 2016 para recolectar más y mejores datos que permitan conocer al detalle la verdadera situación de todas las mujeres del mundo, ayuden a poner un poco de luz a este asunto tan necesario pero, todavía, poco estudiado. Habrá que esperar para saber si algo de ese dinero va a parar a salud mental.
http://www.elmundo.es/salud/2016/05/19/573c8363e5fdeac0118b45e5.html