Eutanasia: Morir en Suiza por 12.000 euros

Publicado: 14 marzo 2017

Las tarifas se han duplicado en los últimos años, así como el número de extranjeros que acuden al país para acabar con su vida. Es el único que permite el suicidio asistido a foráneos.


El caso del DJ italiano Fabiano Antoniani, que el pasado fin de semana puso rumbo a Zúrich para acabar con su vida, ha vuelto a poner en la diana a Suiza como el principal destino del «turismo de eutanasia». Desde 2006, el suicidio asistido está considerado una práctica legal. Según los últimos datos disponibles, pertenecientes a 2014, se registraron 742 casos de suicidio asistido, lo que supone un aumento del 26% respecto al año anterior y más del doble en comparación con 2009. Ahora bien, ¿qué ocurre con los extranjeros? El país helvético es el único en el mundo que permite a los ciudadanos de fuera someterse a esta práctica. Un estudio de la Universidad de Zúrich, publicado en 2014, revisó las bases de datos del Instituto de Medicina Legal de este cantón. ¿Resultado? Entre 2008 y 2012, el número de ciudadanos pertenecientes a otros países se duplicó, pasando de 86 casos a 172. No fue hasta 2011, cuando se votó por referéndum, cuando el cantón de Zúrich permitió a los extranjeros esta práctica. Eso sí: la única condición, para los suizos y para el resto, es que la decisión de morir no debe responder a «motivos egoístas».

«Han proliferado las asociaciones. Por lo menos, la mitad de la gente que acude es de fuera. Hay lista de espera», estima Fernando Marín, médico y presidente de la Asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD) en Madrid. Hay varias asociaciones en Suiza que facilitan el acceso a este servicio, pero no todas a ciudadanos foráneos. Una de las que sí los acepta es Dignitas, la misma a la que recurrió Antoniani, «y que puede atender a unas 200 personas al año». Abandonar este mundo no sale barato. «Se ha pasado de unos 6.000 a 9.000 o 12.000 euros. Aunque, dependiendo del caso, no siempre se debe pagar todo», añade.

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¿Cuál es el proceso?
Como explica Marín, el interesado tiene que escribir a la asociación un correo. De entrada, hacerse socio, por lo que deberá pagar una cuota de 150 euros. Después, ha de hacer llegar un informe médico traducido y una carta manuscrita en el que debe escribir cómo es su día. Dignitas ha de dar el visto bueno. Si no lo da, invita a la persona a volverse a poner en contacto con ellos en unos meses, para saber si, de verdad, está decidida. Si se acepta la petición, el cliente ya tiene cita. Debe ir a Zúrich acompañado –otra persona debe ocuparse de los trámites una vez fallecido–; pasar una noche de hotel, en la que recibirá la visita de un médico que tiene que dar el visto bueno al proceso; al día siguiente, debe acudir a la casa de Dignitas, donde se comprueba que su voluntad de morir es «inequívoca y firme», y, por último, ingiere la dosis letal pentobarbital sódico. Todo el proceso –su reconocimiento de que quiere morir y la ingesta de la dosis, pero no el fallecimiento–, puede ser grabado con vistas a que no haya dudas de la voluntad del interesado. Al final, la tarifa incluye «los ritos funerarios, el fármaco, las visitas de los médicos… Normalmente, la gente opta por la incineración, porque la expatriación es muy cara», afirma Marín. Dignitas, como mucho, admite un suicidio asistido al día. «Pueden tener en torno a 200 al año», afirman desde DMD.

Los últimos días de vida de Antoniani, alias DJ Fabo, están causando un gran revuelo en el seno de la opinión pública italiana, país en el que, desde 2015, 232 ciudadanos han «preguntado» por la posibilidad de someterse a un suicidio asistido en Suiza y 115 han ido directamente –sólo unos pocos, finalmente, se echaron para atrás–.

En verano de 2014, Antoniani, de 40 años, sufrió un accidente de tráfico que lo dejó tetrapléjico y ciego. El sufrimiento acumulado con el pasar de los meses le empujó, gracias también a la ayuda constante de su novia Valeria, a hacer un llamamiento a los políticos para generar una ley que, tal como afirmaba, «no nos obligue a morir en el extranjero». El principal destinatario de tal mensaje fue Sergio Mattarella, el presidente de la república Italiana, una figura muy respetada en el país. Sin embargo, más allá de la cercanía y comprensión mostrada por el Jefe del Estado, la política italiana no ha acelerado su legislación en materia de eutanasia ni suicidio asistido a raíz de DJ Fabo. Por esta razón, salió de Milán, a escondidas, el pasado sábado, en dirección a Zúrich con el objetivo de optar por el suicidio asistido, una práctica que prevé, por parte de un paciente totalmente consciente, la renuncia voluntaria de tomar fármacos aunque el médico intente, por todas las vías, proporcionárselos. Aunque la eutanasia activa y pasiva no estén permitidas, esta modalidad sí que es legal en Suiza. Antoniani se desplazó a una localidad cercana a Zúrich, a unos 300 kilómetros de la capital lombarda, sin contar con sus familiares, partiendo de un deseo personal. El motivo, según informan medios italianos como «La Repubblica», es que no quería, de algún modo, involucrar de ninguna manera a su novia Valeria ni su madre Carmen –que dejó de trabajar para asistirlo–, dado que, si hubiera algún fallo o malentendido legal, la eutanasia está penada en Suiza con 12 años de cárcel. Con todo, los límites entre ambas prácticas son difusos. «En Suiza no existe diferencia entre la eutanasia y el suicidio asistido. No pueden atender a alguien sin una petición expresa. Y tampoco si no está en sus plenas facultades mentales», explica Marín.

 
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A las 11:40 horas del pasado lunes acabó la historia de Fabiano Antoniani, quien aseguró: «Lo he conseguido, pero sin la ayuda de mi Estado». Una frase polémica, que ha ocupado las principales primeras páginas de los periódicos italianos.

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