Un estudio revela que los usuarios de terapias alternativas tienen dificultades para admitir que los tratamientos cuya eficacia sí está científicamente demostrada, tienen efectos beneficiosos.
La cuestión que se propusieron abordar los investigadores fue la siguiente: ¿Puede el hecho de creer en una terapia pseudocientífica (es decir, ineficaz) hacer que una persona sea menos propensa a percibir la eficacia de un tratamiento probado científicamente? Esta investigación podría explicar por qué hay personas que, en favor de terapias pseudocientíficas, rechazan la medicina convencional, lo que puede llevar a nefastas consecuencias.
Según Ion Yarritu, investigador de la Universidad de Deusto y uno de los autores del estudio «a menudo las personas desarrollamos falsas creencias acerca de cómo los sucesos que ocurren a nuestro alrededor se relacionan causalmente. Llamamos a esto ilusión causal. Un ejemplo de este tipo de ilusiones es la llamada Ilusión de control, fenómeno que describe la tendencia generalizada a atribuir a nuestras propias habilidades la ocurrencia de eventos favorables, que en realidad son del todo incontrolables».
Pese a que estas falsas creencias «pueden en ocasiones tener efectos psicológicos beneficiosos, como la tranquilizadora sensación que produce el sentir el control sobre nuestras vidas, no están exentas de riesgos», agrega.
Pacientes ficticios
En la investigación participaron 147 voluntarios divididos en dos grupos. Durante la primera fase del estudio uno de los grupos desarrolló una fuerte ilusión causal que hizo germinar la falsa creencia de que una medicina (ficticia) producía la recuperación de unos pacientes (también ficticios). El otro grupo también desarrollo esta ilusión pero en menor grado.
Para ello, los autores mostraron a los participantes 100 escenarios en los que unos pacientes ficticios aquejados de una enfermedad podían haber tomado o no una medicina, tras lo cual se indicaba si el paciente se recuperaba o no.
Dado que los pacientes ficticios se recuperaban con la misma probabilidad independientemente de que hubiesen tomado o no la medicina, la efectividad de la medicina presentada en esta fase primera era nula. La diferencia entre los dos grupos de participantes residía en que mientras uno de los grupos observaba muchos casos de pacientes que tomaban la medicina el otro observaba muy pocos. Esto hizo que los participantes del primer grupo desarrollasen una ilusión mayor que los del segundo acerca de la efectividad de la medicina (ineficaz) para producir la recuperación de los pacientes.
En la segunda fase del estudio se mostró a los dos grupos de participantes 100 nuevos escenarios en los que la medicina ineficaz de la fase anterior se presentaba conjuntamente con una nueva medicina. La probabilidad de que el paciente se recuperase era mayor habiendo tomado las dos medicinas que sin haber tomado ninguna. Es decir, la introducción de la nueva medicina incrementaba la probabilidad de recuperación, por lo que ésta sí tenía un efecto beneficioso.
El resultado principal del estudio fue que el grupo de participantes que habían desarrollado una ilusión más fuerte en la primera fase valoró la nueva medicina (que sí era eficaz) peor que el otro grupo.
Los resultados indican que desarrollar una creencia ilusoria acerca de la habilidad de una causa (la medicina ineficaz) para producir un resultado (la recuperación) puede evitar que se aprenda adecuadamente la relación existente entre otra causa (la medicina eficaz) y el resultado (el cual sí produce). Esto podría explicar por qué algunas personas renuncian a los tratamientos cuya efectividad se ha comprobado científicamente en pro de tratamientos pseudocientíficos poco o nada eficaces.
JANO.es · 04 febrero 2015 00:16
British Journal of Psychology (2015); doi: 10.1111/bjop.12119